Música sin rimel II


26- Luz

Su corazón estaba tan destrozado que en un arranque de locura había ideado un plan para no volver a sufrir: amar sólo por un día, ni un segundo más. Al anochecer los olvidaría y sería como si nunca hubieran existido, era el plan perfecto para conservar los pedazos de su corazón intactos...
Hasta que llegó él y supo que debía tomar una decisión: aquellos pedazos de cristal que con tanto recelo y cuidado había intentado conservar o arriesgarse, quizás una última vez antes de perder la vida en un intento fallido por ser amada... una vida a medias o una vida completa que podía convertirse en su muerte. Todo o nada.
En su mano podía sentir aquel fino polvo de cristal; todo había terminado, ya no le quedaba más por dar, no podía amar por un día, ni siquiera por un segundo más; porque mendigar amor era estúpido ya cuando no le quedaba si quiera un corazón para recibir las sobras.
Sin embargo, al abrir el puño y ver aquel polvo volar perdiéndose en la inmensidad sonrió, no le quedaba nada, pero al menos había valido la pena. Sabía que si tuviera un corazón lo volvería a usar para amarlo y dejar que se lo destrozara en un millón de pedazos.

27- Coral

-No me olvides, ¿está bien?- Le suplicó antes de darle un último beso antes de verlo partir.
-Nena, te he dicho miles de veces que no te olvidaré. Sólo serán un par de días- Susurró él devolviéndole el beso.
Ella asintió timidamente aunque dentro de su ser aquel terrible presentimiento seguía ahogandola, presionando su pecho y haciéndola sentir asustada a morir.
Lo vio subir al tren y despedirse sonriendo. Lo vio lanzarle un beso por última vez y perderse en sus ojos sintiéndo que su alma se iba con ese tren.
Supo del accidente mucho antes de que fuera anunciado en la radio y la televisión, escuchó los gritos y sintió el dolor pese a estar a kilómetros de donde había sucedido aquello. Sin embargo, no derramó una sola lágrima porque también supo que él regresaría.
Lo esperó cada tarde a las 4 en punto, se sentaba en la estación y se ponía a tararear una canción buscádolo de entre cientos de personas, sin alterarse por no encontrar su rostro. Sólo seguía tarareando segura de que él llegaría.
Fueron casi siete años de espera hasta que supo que el día había llegado, ese día no cantó ninguna melodía, tampoco se sentó en la misma banca vieja de madera sino que fue directo a recibirlo en cuanto escuchó la llegada del tren.
Para todos fue un accidente trágico y escalofriante, muchas personas dejaron de ir a la estación en cuanto se enteraron de lo ocurrido. Pero nadie supo realmente que aquella noche había ocurrido al fin un milagro: el milagro del reencuentro de dos corazones que se aman.

28- Aura

Llevaba días estando seguro de que no la amaba, sabiendo que ella sólo había sido un capricho en su vida y sintiéndose bien por haber terminado con aquello. Se aseguraba a sí mismo que nunca se había sentido tan libre y feliz porque aquello acabara.
Hasta que la vio dar la vuelta de la mano de un sujeto que nunca había visto en su vida, sonriendo como hace mucho no la había visto sonreir y mirando con ternura a aquel hombre que ahora acariciaba su mejilla y besaba sus labios como si todo se tratase de un cuento de hadas.
Entonces supo que la amaba, que nunca había sido tan infeliz como ahora que la había perdido, que estaba encadenado a una desdicha y una amargura que lo hacían prisionero y lo torturaban cada segundo de su existencia. La miró más hermosa que nunca y todos los recuerdos vinieron a su mente, cada beso, cada sonrisa... su mente gritaba que la quería de vuelta, suplicaba que todo fuera una pesadilla, su corazón gritaba que la amaba.
Ellos pasaron a su lado y aunque Aura lo reconoció; se limitó a sonreirle cortesmente como si se tratase de un vecino cualquiera o un compañero del instituto con el que apenas y hubiese cruzado un par de palabras.
Y ahora toda esa falsa ilusión se destruía, porque nunca había sido tan infeliz pero aquel maldito orgullo lo obligaba a creer lo contrario.

29- Mónica

Huí y te encontré en medio de la tormenta y el caos, entre el fuego y la guerra llegaste ofreciéndome tu mano y devolviéndole el sentido de nuevo a todo en mi vida.
Ahora cada vez que te extraño sólo busco el caos, porque en medio de los problemas apareces y me llenas de felicidad. Porque nunca antes había sido tan dichosa de escuchar gritos y ¿sabes? a veces hago un poquito de trampa y soy yo quien busca los problemas con tal de saber que aparecerás tú.

30- Soledad

Él la vio, le gustó, se enamoró, le habló, la besó, la amó y la olvidó.
Ella lo miró, lo estudió, confió, se enamoró, le respondió, tomó su mano, lo besó, lo quiso, lo amó, lo adoró, lo volvió su vida, le lloró y poco a poco pudo reordarlo sin que doliera tanto, pero nunca lo olvidó.

31- Karime

No le importaba perderse cada noche en medio de excesos, drogas de dudosa procedencia y sexo con hombres cuyo nombre llegó a desconocer la mayoría de las veces. No le importaba el mañana porque en el fondo deseaba que no llegase, pero cada mañana al despertar en medio de la porquería, con aquel dolor de cabeza que la mataba, se convencía de que había llegado al día siguiente y su acabado cuerpo yacía aún con vida en alguna alfombra llena de colillas y olores nauseabundos. Se sentaba y miraba a su alrededor tratando de recordar que tan lejos había llegado la noche anterior sin lograr traer a su memoria nada más que un par de recuerdos borrosos e incoherentes que no le servían de nada.
Había trabajado, robado, llorado y entregado decenas de veces su cuerpo y los restos de su alma a cambio de aquellos boletos; ahora que los había conseguido sabía que era lo único que quería antes de que su inmunda existencia se fuera al carajo entre los excesos y la soledad. Sólo esperaba escuchar aquella canción una última vez, aquella que la describía a la perfección y entre desgarradoras notas de una guitarra solitaria le recordaba como había sido sólo ella la culpable de aquel destino tan cruel y estúpido.
Las primeras notas comenzaron a sonar y ella supo que no importaba lo pasada, aún podía soñar, quizás había amrcha atrás. Todo a su alrededor comenzó a girar cada vez más rápido, miles de siluetas sin rostro comenzaban a emitir sonidos que carecían d elógica y se hacían cada vez más lejanos hasta que djeó de percibirlos, todo era borroso y aterrador, luces cegadoras, gritos desgarradores, confusión, dolor, mucho dolor.
Cuando despertó él seguía ahí, mirandola con preocupación; él también había soñado toda su vida con ese concierto, él también esperaba el momento de escuchar aquella mágica canción. Y sin embargo, ya nada de eso importaba. Ella había despertado y ambos seguían allí.

32- Jessica

Eran solo una semana en la playa, siete días de vacaciones después de una larga semana de exámenes en el instituto que serían suficientes para relajarse y olvidarlo todo; fiestas, mujeres y locura; justo lo que él amaba y lo único que al parecer lograba causarle una cierta satisfacción en ese mundo vacío y sin sentido.
La primera noche la encontró sentada al pie del muelle mojando sus pies en el mar, jugando con las olas y con la mirada perdida en la inmensidad del mar. La luna bañaba su suave silueta, iluminando su clara piel y aquella imagen bastó para enloquecerlo y correr a conocer a aquella hermosa mujer.
Se llamaba Jessica y vivía ahí, justo ahí; él nunca lo entendió y pese a las preguntas que le hizo no logró obtener más información; pronto se convenció de que eso no importaba mientras pudiese seguirla viendo noche tras noche en aquel muelle, nadar a su lado, chapoteado entre las olas y riendo hasta caer rendidos y quedarse dormidos en la arena. No importaba el lugar, las fiestas que rechazaba a diario o las burlas de sus amigos: él sólo tenía mente para aquella maravillosa mujer que le había enseñado al fin el verdadero significado de la palabra amar. Vivía por aquellas risas sin sentido y las miradas en silencio viendo la puesta de sol. Siete días vivió para ella, siete días vivió realmente.
Al octavo día tuvo que irse no sin prometerle un millón de veces que regresaría lo más pronto posible, ella se limitó a sonreir friamente y lo besó en la mejilla con una frialdad que a él le resultó sorprendente. Nunca antes su sangre se había helado de esa forma.
No pudo seguir con su vida sin recordarla cada segundo, su piel imploraba sus caricias y aquellos labios no podían pronunciar palabra alguna sin beber el delicioso elixir que los labios inhumanos de esa mujer producían. Regresó sólo siete semanas después; corrió al muelle pero ella no estaba ahí; preguntó a todos los habitantes del lugar y recorrió cada piedra, cada choza y cada escombro; en la arena, en el mar y en cualquier rincón más no encontró nada. Era como si ella nunca hubiese existido, había sido quizás una mala jugada de su locura o quizás; una venganza del destino por todos aquellos corazones rotos que él había dejado sin piedad.

33- Naomi

A lo largo de su carrera como médico, Naomi había presenciado los más terribles y desgarradores eventos una y otra vez: accidentes que deformaban por completo a las personas, niños inocentes muriendo por las más dolorosas enfermedades, pérdidas que derrumbaban familias y otras catástrofes que le muchas veces le habían destrozado el corazón.
Sin embargo, igualmente había visto los más maravillosos e increíbles milagros: pacientes en etapa terminal que parecían sanarse de un día para otro sin una explicación alguna; niños que llegaban con síntomas de lo que parecía ser una terrible enfermedad que al ser revisados resultaban enfermos de algún padecimiento de poca gravedad; familias que veían con lágrimas en os ojos la recuperación de sus seres amados, sonrisas, suspiros de alivio, risas, lágrimas de felicidad, palabras de agradecimiento....
Y sin embargo, Naomi aún no podía concebir evento más aterrador que el despertar a media noche y no encontrarlo a su lado ni milagro más grande que el de mirarlo por las mañanas aún durmiendo, aferrándose a su pecho, con los primeros rayos del sol iluminando el rostro de aquel ser que tanto amaba.

34- Fernanda

Lo único que ella había deseado era una noche juntos mirando las estrellas; eso y un helado de chocolate. Si él lo hubiera entendido en vez de llenarla de lujos y regalos que ella no deseaba y de nada lo servían, si él le hbiera ofrecido sus brazos en vez de toneladas de ropa y joyas que ella terminaba regalando a desconocidos en la calle o la hubiera escuchado un instante cada vez que ella intentaba pedírselo y él se limitaba a hablarle de viajes por el mundo en los que ella siempre terminaba sola en algún país donde no entendía lo que decían ni le interesaban los miles de monuentos que tanta gente fotografiaba. Si hubiera tenido un poco de tiempo para amarla ahora Fernanda no estaría sola con su helado de chocolate derretido que ahora ya no deseaba.

35- Mar

Soñaba con ser eterna, con convertirse en ave y por todo el universo volar; soñaba con ser una estrella y al sol acariciar, soñaba con crear un polvo de estrellas de mar que todo lo convitiera en magia y pudiera con el dolor terminar...
En su mente había tantos sueños, ilusiones y promesas por cumplir, mil y un aventuras que vivir... hasta que llegó el día en que en sus ojos se perdió, aquellos labios deseó y en un corazón se resguardó.
Entonces todas las promesas fueron reemplazadas, las ilusiones borradas y sólo hubo un sueño: no despertar nunca.

36- Aidee

Pasaba a su lado día a día, sintiéndose cada segundo más invisible, materia muerta, partículas depreciables de las que el mundo no se percataba, o quizás si, pero bastaba con que él no se diera cuenta para que todo su mundo se derrumbara.
Se cansó de mirarlo, de buscar un lugar cercano a él a diario, de intentar establecer contacto alguno. Se cansó de su miedo, de aquel amor que la enfermaba y de la crecient eindiferencia por parte del que creía el amor de su vida.
Se cansó de todo hasta el punto de tirar a la basura aquel amor sin sentido, se dedicó a vivir sin amar, a reir sin preocuparse, se dedicó a sí misma y se olvidó de llorar.
Él despertó y desde ese momento su vida no volvió a ser igual; la amó cada segundo, la deseó a su lado, lo intentó pero todo fue en vano: ella ni si quiera lo recordaba ya. Finalmente, él no pudo rendirse y en un grito ahogado de dolor, aquella materia enamorada explotó en miles de partículas que ya a nadie le importaban.

37- Margot

-Pulp fiction es una mierda- Repitió él levantándose de la cama y saliendo al balcón a fumar un cigarrillo.
Ella ni siquiera le dio importancia a aquel comentario, se había acostumbrado tanto a aquel carácter explosivo, caprichoso y cambiante que ya nada le sorprendía. Sólo quería seguir ahí, tumbada en la cama mirando como Vincent y Jules intentaban limpiar las manchas de sangre y sesos de Marvin; bebió otro sorbo de café y pensó que estaba demasiado amargo, quizás un poco de azúcar lo mejoraría. La verdad es que aunque no le apetecía el café así, tampoco tenía ganas de hacer nada por mejorarlo.
Un leve olor a humo de tabaco entró por la ventana y ella no pudo evitar sentirse irritada.
-Le he dicho un millón de veces que odio ese maldito olor- Susurró poniéndo los ojos en blanco y tomando una gran bocanada de aire para evitar explotar y lanzarle aquel cenicero de cristal en la cabeza; intentó concentrarse en la película pero incluso eso resultaba imposible ya.
Decidió bajar, el café seguiría horrible si no le agregaba más azúcar así que al encontrarse con el frasco comenzó a vertir pequeñas cucharadas en el café, no podía detenerse hasta que terminó por saturar la bebida de aquel polvo dulce y amarillento hasta que supo que no volvería a probar aquella porquería, seguramente ahora sabía aún peor.
Él estaba ahora detrás de ella, se acercó en silencio y la tomó por la cintura, besando su mejilla y susurrándole al oído.
-La verdad es que Tarantino no es una mierda.
No, no lo era. Pero aquel café si, igual que los cigarrillos, aquel aliento a humo, el cenicero opaco de cristal, el frasco de azúcar a medio llenar, las sábanas amarillas que odiaba, los gritos por la tarde, el llanto a medianoche, las maldiciones, los celos, las luchas de egos, las maldiciones y aquellos viernes en los que no podía pasar una sola noche mirando una película sin que él viniera a recordarle que aquella vida era aún más falsa que lo que veía a través de la pantalla.

38- Viridiana

Se sentaban a mirar los fuegos articiales en aquel parque repleto de gente, tomados de la mano, en completo silencio; perdiéndose en meido de luces de colores y sonidos de estruendo.
Porque a él no le importaba manejar 17 horas con tal de vivir ese momento, sentir su cálido y suave tacto sabiendo que todo tenía sentido; bastaba una mirada, sólo una mirada para entenderlo todo, para que el mundo volviera a su orden natural y no se colapsara su extraña, frágil y desorbitada alma.
Porque a ella tampoco le importaba huir de su casa a medianoche con tal de sentarse junto a él, descansar en su pecho y escuchar el latido desbocado de su corazón; sabía bien que al día siguiente llegarían las peleas y los gritos en casa, lloverían castigos y palabras hirientes que dejarían de tener sentido ya. Porque nada importaba, nada más era real; sólo ese momento, ese ahora, esa mano apretando la suya con fuerza, esa suave respiración acorde con la suya, sólo ese sentimiento.
Aquella noche las únicas verdades tangibles eran aquel amor sin final y los fuegos artificiales que iluminaban el cielo de mil colores.

39- Karely

-¿Terminaste de destrozarme?- Preguntó con ira en los ojos, lágrimas ahogadas en su garganta y una tristeza que la mataba en el pecho.
-¿Y ahora me culpas a mí?- Respondió él, indiferente, dando media vuelta y dejándola ahí: sola, sin alma, con un corazón en pedazos y una vida de felicidad tirada a la basura.
Si, lo culpaba a él por llegar a su vida, ofrecerle un mundo nuevo y devolverle la esperanza en el futuro, lo culpaba por nacer, por mirarla de esa forma y hacerla temblar, por sonreirle con esa ternura y revivir algo dentro de su alma, lo culpaba por cada palabra de amor, por cada sensación en el pecho, por cada risa a su lado, por los planes a futuro y las promesas que creía alg´n día serían realidad. Lo culpaba ¿cómo no culparlo? ¿cómo vivir cuatro años de su vida enamorada, en un mundo perfecto donde no había lugar al temor ni la soledad y de pronto estrellarse con la realidad; enfrentarse a la oscuridad, aprender a caminar en un sendero peligroso, aterrador, solitario, sin rumbo?
Lo culpaba por amarlo, por no romperle el corazón antes, por dejar que todo avanzara tanto. Si se hubiera apresurado, si le hubiera dicho aquello antes de que ella comenzara a amarlo...
Lo odiaba, lo odiaba y lo culpaba, lo odiaba, lo odiaba porque lo amaba, lo amaba y se culpaba. En el fondo, sabía que toda la culpa había sido suya.

40- Paula

"Te dejo porque te amo"
Aquellas fueron las últimas palabras de Bernardo; Paola las encontró escritas en una servilleta con bolígrafo azul. Quizás lo había hecho a propósito pues él sabía muy bien cuánto odiaba ella la tinta de ese color.
Te dejo porque te amo, sabías palabras, pensó. Fácil salida, escape sin obstáculos, sencillo, sin problemas. Ella habría hecho lo mismo, incluso, le hubiera gustado adelantarse, ser ella quien pronunciara esas palabras o las dejara escritas en una servilleta en la mesita de la cocina, quizás le habría agregado un beso con labial rojo para hacerlo más creible. Te dejo porque te amo y te amo porque te dejo, pronunció sonriendo. Dobló la servilleta y la guardó en su bolsillo, la noche anterior ella le había reclamado el ser tan frío y no demostrarle nunca sus sentimientos, él le había respondido que se equivocaba y que al día siguiente la sorprendería demostrandole cuánto la amaba de la mejor manera.
Y ahora ella se encontraba con eso, de verdad la había sorprendido; sonrió, después de todo si la amaba, y aquella servilleta era la mayor prueba de eso, porque ella sabía que tras ese "te dejo porque te amo" había un: te dejo para que seas libre, para que dejes de sufrir al lado de una persona que no sabe apreciar lo maravillosa que eres, te dejo para que seas feliz y encuentres lo que merecer. No me preguntes más, te amo y nunca dejaré de hacerlo; y es por eso que ahora te dejo.

41- Claude

-A ratos te recordaré- Susurró a su oído y ella asintió débilmente, dejando que aquellas palabras se desvanecieran con el viento y se perdieran en medio de la inmensidad. Ella sabía bien que mentía.
Tenía razón, él no la recordaría a ratos, quizás ni siquiera vendría la imagen de Mariela a su memoria porque no había nada que evocar; vivía con aquella imagen tatuada en su mente, con ese aroma que extasiaba sus sentidos, erizándole la piel y volviéndolo loco al punto de confundir sus sentidos y no saber diferenciar la realidad con aquel mundo de sueños a dónde ella lo transportaba.
Tenía razón, no la recordaría por ratos, no había ya nada que recordar, nada que no estuviera grabado con sangre en su corazón ya.

42- Elena

-No temas
Ella odiaba escuchar aquellas palabras, porque no le gustaban las mentiras, porque él sabía bien que si había mucho que temer, porque la conocía bien y no podía pedirle tal cosa en medio de aquella atmósfera de tensión, porque la morfina cada vez era menos efectiva y aquel olor a muerte invadía las blancas paredes con mayor intensidad, las luces eran más opacas con cada latido de su corazón y por más fuerte que apretaba las mandíbulas para evitar llorar, todo era imposibles y un par de lágrimas comenzaban a dibujarse en sus ojos sin que pudiera tener la fortaleza espiritual suficiente para detenerlas.
Entonces alzó la vista y se encontró con aquel rostro que le parecía haber sido esculpido por el mejor artista. Sus ojos estaban enrojecidos y en su mejilla rodaban unas gotas de la misma solución salina que las de ella. Fue entonces cuando el pánico la invadió más que nunca: aquel hombre tan fuerte, tan centrado, tan firme ahora lloraba, era débil y estaba tan atemorizado como ella o quizás más, aquella imagen le recordaba la de un pequeño niño asustado, envuelto en su manta favorita tratando de convencerse inútilmente de que no hay nada bajo su cama que pueda atemorizarlo. Aquella imagen le partía el alma, cerró los puños con todas sus fuerzas hasta hacerse daño y sintió como las lágrimas en ella se secaban, recobrando las pocas fuerzas que le quedaban para tomar la mayor cantidad de aire posible y acercarse a besar su mejilla.
-No hay nada que temer, todo estará bien- Susurró ahora ella con una voz firme contraria a aquella vocecita frágil y temblorosa que resonaba en su cabeza.
Lo vio sonreír, se secó las lágrimas con cierta pena y la abrazó con aquellos brazos cual fuertes ramas que la protegían del mundo; porque ella podía estar tan atemorizada como él, pero en cuanto la rodeaba con aquellos fuertes brazos Elena sabía bien que estaba segura y que era justo en ese momento, cuando no había nada que temer.

43- Annie

Toda la habitación estaba en penumbras, buscó a tientas el pequeño botón que encendería las luces del lugar, estaba nerviosa y todo en aquel lugar le resultaba extraño; era como si en sólo un par de horas hubieran cambiado todo de lugar, ella podía jurar que aquel botón estaba sólo a dos cuartas de su cuerpo pero tras buscarlo desesperadamente en vano, se tiró frustrada al suelo.
Encendió un cigarrillo y sólo entonces se iluminó unos segundos la habitación, los cuales resultaron suficientes para que ella localizara lo que había buscado en vano y pudiera encender la luz del lugar.
Contrario a lo que había pensado hace unos segundos, el lugar no había cambiado en absoluto, aquel lugar parecía encerrado en una burbuja de cristal donde el tiempo era algo que no existía; pese a los años parecía no haber ningún daño en los muebles de caoba que aún conservaban aquel tinte color vino que de niña Annie siempre había odiado.
Cerró los ojos un par de segundos tras los cuales pudo mirar frente a frente aquel retrato que tanto dolor le causaba, cada detalle en aquel lienzo la transportaba a aquel 18 de noviembre cinco años atrás, no entendía cómo aquella herida podía seguir doliendo tanto, no entendía porque aquel atardecer junto al lago seguía destrozando su corazón y haciendolo morir y revivir una y otra vez sólo para volver a sentir el mismo dolor.
El lago hacía casi dos años que se había convertido en un mero estanque sucio y maloliente desde que decenas de industrias se habían establecido en el pueblo, los atardeceres nunca habían vuelto a pintar aquellos colores y esas dos personas al centro del dibujo hacía ya tiempo que habían tomado rumbos distintos; y sin embargo, el amor seguía intacto como desde el primer día de conocerlo, lo único que era distinto en su corazón era que a aquel amor tan grande lo acompañaba ahora un inmenso dolor pintado en el lienzo de su alma e imposible de borrar.
Tomó el cuchillo y lo clavó una y otra vez en esa imagen que le resultaba cada vez más monstruosa, sus manos mojadas de lágrimas comenzaron a revolverse con la pintura de la imagen cual si tuviera pocas horas de haber sido creada; ella se detuvo al percatarse de aquello y dejó caer el cuchillo al suelo.
Los colores se revolvían, explotaban, cambiaban, se acomodaban y volvían a reacomodarse; parecían juguetear en medio de los agujeros del lienzo hasta que cansados volvían a tomar forma, esta vez una totalmente distinta a la original.
Annie aún no podía creer lo que miraba, ahora no había un dulce atardecer frente a ella; sólo se encontraba con un paisaje gris donde en el centro se miraba una mujer, sangraba y parecía emitir gritos de dolor y desesperación; ella retrocedió dos pasos y se percató de que la mujer en la pintura hacía lo mismo. Entonces lo comprendió ella; esa monstruosa imagen debía quedarse ahí, en la profundidad de las sombras y el olvido, era sólo una imagen, un cuadro que podía borrarse; las heridas en su alma no. Sin embargo, siempre existirían pinceles y pinturas nuevas que pudieran disimular un poco los dolorosos trazos que habían dentro de ella.

44- Saphire

El viento despeinaba su larga cabellera y refrescaba su rostro provocando una estruendosa carcajada en ella, bailaba una canción que tarareaba y se llevaba las manos al estómago cuando se sentía cansada de tanto reír.
-Inventé esa canción hace cinco minutos
Su compañero sonrió, era difícil mantener la vista en el camino teniendo a su lado a aquella mujer tan hermosa y sabiendo que a partir de ese momentos ya no habría más cadenas ni obstáculos entre ellos que les impidieran estar juntos; porque aquella sería su última y más loca aventura tras una serie de eventos improvisados que siempre habían terminado en regaños y desaprobación por parte de los demás; pero esa sería la última vez porque sería para siempre. Aceleró aún más y Saphire se pegó al asiento asustada de pronto pero recuperando la tranquilidad en un par de segundos.
-¿Tienes acaso idea de hacia dónde vamos?
No respondió, él sabía que ella tampoco lo sabía, y ambos sabían que eso era lo que menos importaba. Sintió los suaves labios de Saphire rozando su mejilla y se convenció de que por primera vez, había cometido la mayor y más perfecta estupidez que los llevaría a la felicidad en estado puro y total.
Besó sus labios, qué más daba que el kilometraje ser acercara a doscientos, aquella tarde era demasiado buena y ya había rebasado los límites de estupideces como para morir de un segundo a otro.

45- Eva

Se hicieron una promesa: vivirían para cumplir el sueño del otro todos los días sin importar nada ni nadie. Y así fue durante más de seis años...
Ella soñaba con conocer el mundo entero en un globo aerostático y él superó su acrofobia con tal de verla feliz. Él quería ganarlo todo y ella ideó un millón de concursos en los que él resultó siempre triunfador. Eva siempre quiso nadar a medianoche en el lago Inari y él casi murió de pulmonía pero supo que había valido la pena cuando la vio sonreír. Él sólo quería una tarde tranquila mirando el atardecer y ella tuvo que vencer aquel repudio hacia la rutina y el silencio pero al final logró hacerlo feliz.
Al final, Eva le confesó que tenía un sueño, el mayor de todos, el que la haría verdadera y totalmente feliz. Ella soñaba con un hombre dispuesto a amarla eternamente y a correr cualquier riesgo con tal de estar a su lado.
Entonces él no lo dudó ni un momento: le regaló un perro.
-Cabe señalar que ese había sido el sueño de Eva de niña y que él le tenía una terrible fobia a esos animales ¿qué más podía pedir?-

46- Estrella

Pasaban las noches viajando por la Vía Láctea, haciendo figuras con las estrellas, besándose en cada luna y reacomodando planetas de manera que formaran palabras de amor, huían de agujeros negros y descubrían nuevas partículas espaciales en cada beso, destruían basura cósmica y jugaban con los asteroides hasta caer rendidos en algún sol donde terminaban de amarse con todas las fuerzas de su alma y corazón.
Y por la mañana, con un beso prometían repetirlo la noche siguiente.

47- Alba

Jugaba a diario con su corazón, disfrutaba destrozándolo, pisoteándolo e ideando día a día una nueva idea para matarla poco a poco.
Lo que él no sabía era que en el fondo Alba lo engañaba a él; realmente no lo amaba, la verdad sólo buscaba conocerlo totalmente para poder acabar con aquel monstruo de una buena, precisa y dolorosa vez

48- Rebeca

Se reinventaban, apenas estaban juntos ella se transformaba en una mujer llena de vida y poder, lo podía todo, se volvía hermosa y cualquier volvcán en erupción se volvía nada frente a la fuerza y la pasión con la que actuaba aquella mujer. Bastaba una mirada para que su disfraz de cristal se transformara en uno de hierro, un beso para que adquiriera poderes inimaginables e insuperables y un par de palabras de amor para transformarla en fiera, fuerza, amor, amante, fuego, decisión y un millón de camaleónicas formas más. Bastaba él para que Delilah tirara su tonto disfraz de niña y tomara su verdadera forma de mujer.

49- Melody

Solamente en sueños lograban estar juntos, sólo al cerrar sus ojos lo encontraba bello y perfecto como tanto tiempo lo había deseado. Sólo en sueños sentía su cálido tacto que al despertar se esfumaba en una suave brisa penetrando en sus pulmones en fragmentos de un amor que conforme crecía se volvía irreal. Sólo al transportarse al mundo de las fantasias lograba acercarse a aquellos labios de perdición que poco a poco se volvieron todo en su vida, aquella dulce melodía de sus palabras que la hacían llorar de amor y felicidad y aquellas suaves curvas de sus manos que encajaban a la perfección a las suyas.
Sólo en sueños, todo se volvió irreal, lo tangible dejó de tener sentido, sólo dejó de vivir, de creer, de esperar, sólo quería dormir, sólo quería soñar, cerrar los ojos en la eternidad y soñar, soñar, soñar.

50- Ximena

Caminaba sin rumbo fijo, sin mirar a ninguna parte ni percatarse de lo que ocurría a su alrededor; copos de nieve caían en sus hombros enrojeciéndole la piel y sin embargo ella no logrba sentirlo, podrían haberla atravesado en ese mismo momento con la más filosa hoja de metal, apuñalarla un millón de veces y quemar su piel hasta destrozarla y ella no lo hubiera notado. El frío clima de invierno, las personas caminando a su alrededor hablando de temas que ella nunca recordaría, las luces a su alrededor se iluminaban de diversos colores, encendiéndose y apagándose al ritmo de una conocida melodía; el ambiente a su alrededor respiraba paz y armonía. Sonrisas en rostros de niños llenos de ilusión, familias que volvían a reunirse tras un largo periodo de lejanía, amor, calidez...
¿Qué importaba todo aquello? Ximena nunca lo notaría, no necesitaba un árbol sino habría ese año alguien a su lado ayudándola a decorarlo, aquellas luces no volverían a iluminar su apagada alma y ninguna de las cientos de cajas en los anaqueles forradas de papeles metálicos con enormes moños podría contener lo que ella más deseaba. Porque esta vez no la despertaría su dulce voz recordándole que la navidad había llegado, porque no habría regalos bajo el árbol ni galletas sobre la mesa, ningún abrazos ni palabras de esperanza. Diecinueve navidades despertando sabiendo que ella estaría para abrazarla y ahora no tenía nada. Un avión podría caerle encima en ese momento, o las miles de luces provocar un corto circuito mientras ella pasaba, y todo aquello no sería ni un poco comparable con el dolor que le había causado perder a la mujer que más había y la había amado en la vida.